La clave del biopic es encontrar el equilibrio entre el personaje y la persona. A Asif Kapadia, director de Sena y Amy, se le ha escapado Diego y solo cuenta Maradona. El jugador eligió al director británico para entregarle las 500 horas de metraje personal que dos cámaras contratados por él le filmaron en sus gloriosos años 80. Algo ha salido mal. Kapadia, maestro del género, hace un brillante retrato del gran Maradona del Napolés y el Mundial de México. Es un fastuoso atracón de futbol, pero no hay un relato inédito de la tormentosa personalidad del argentino.
Tampoco ha venido Maradona a bendecir su biopic a Cannes, cosa que sí que hizo con Maradona by Kusturica en 2008, una película mucho más espontánea, excesiva y auténtica, en el que el jugador se lanzaba al barro de la sinceridad y sus simpatías políticas, que brillan por su ausencia en esta ocasión. La falta de complicidad entre Kapadia y Maradona es inmensa. El propio director reconoce que su protagonista ni siquiera ha visto la película.
Lo cierto es que Kapadia no ha hecho un documental complaciente. Es un trabajo seco, de mucho nivel profesional, con el material inédito, de archivo y las voces de los protagonistas de entrevistas actuales que sirven que van explicando las imágenes. Incluido el propio Diego Maradona. Emoción cero.
No hay intención de elevarlo a los altares ni exculpar su adicción a la cocaína, su relación con Camorra napolitana que le servía de camello a cambio de su divina presencia, ni tampoco negar sus hijos ilegitivos y gusto por la prostitución. Todo está y a la vez, todo falta. Kapadia entrega al espectador un relato de Maradona de sobra conocido. Diego no asoma.