Parásitos es la gran película del 2019 con permiso del Joker y todos sus revuelos. Las dos diseccionan el estallido de rabia que clama en todo el planeta contra la desigualdad. Cada una a su manera. Unos días antes de ganar la Palma de Oro en Cannes, el director coreano Bong Joon-Ho, con su habitual sencillez, hablaba del placer de romper códigos y géneros: «Un cura tiene la biblia, un abogado el código penal. Nosotros, los directores tenemos nuestro instinto. Soy sencillamente un cineasta coreano». Parásitos es, en efecto, una película profundamente coreana, y también el resultado de una carrera al margen de las fronteras autoimpuestas. Después de monumentales largometrajes como Memories of Murder o Snowpiercer, Bong Joon -Ho ha asaltado el corazón del capitalismo global y ha retratado con mirada microscópica sus efectos emocionales: la furia de esos parásitos que nos corroen a todos, los de arriba y los de abajo. El brío y la libre genialidad atraviesan la película de principio a fin.
El argumento es simple. Los cuatro miembros de una familia pobre de Seúl consiguen entrar a trabajar de forma subrepticia para una familia rica. Lo que arranca como costumbrismo siglo XXI, avanza hacia la comedia negra, se adentra en el thriller sangriento y concluye en el mazazo político. Y además, sin florituras crípticas ni solemnes. Bong Joon-Ho habla al gran público adulto e inteligente.
En principio Bong Joon-Ho reflexiona sobre un viejo asunto muy cinematográfico, y en el que los británicos han sido maestros: el desarrollo de la fascinación y las miserias de la convivencia entre las clases sociales. Arriba y Abajo (1971), Lo Que Queda del Día (1993) de James Ivory y la más reciente Downton Abbey han plasmado los sueños húmedos de los miembros del servicio doméstico por mimetizarse e incluso suplantar a sus patronos. Pero Bong Joon-ho va mucho más lejos: entra a cuchillo –con aroma a Buñuel- en esas fantasías y las materializa en pesadillas hiperrealistas. El guion no es solo efervescente y retozón, sino que además incorpora elementos sensoriales que definen la pertenencia social, más allá de los modales, como el olor. El clima de Parásitos es perturbador e hipnótico. Escarba en la ira colectiva, en el resentimiento de clase y en el profundo egoísmo que no encuentra discurso político redentor.
Visualmente Bong Joon Ho se declara heredero directo de Kim-Ki Duk y su pasión por la verticalidad. El 80 % de Parásitos se desarrolla en interiores, entre un chalet minimalista y un sótano inundado que hablan de los salvajes deseos humanos de perpetuarse en el poder y arrebatarlo. Ganó de forma inapelable la Palma de Oro de Cannes y lógicamente estará en los Oscar, donde un año más, Hollywood tendrá que premiar a un extranjero, con filmografía americana pero que, como pasó con Alfonso Cuarón y Roma, ha culminado su obra maestra en habla no inglesa.