Mientras las grandes estrellas y cineastas del mundo se esconden, por su propio miedo o el de sus productores, Pedro Almodóvar está más visible y vital que nunca. Ha rodado La Voz Humana, su primera película en inglés, justo al termino del confinamiento. Su tercer encuentro con el texto de Cocteau – tras La ley del Deseo y Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios– es un glorioso acto de libertad y de placer creativo.
En 31 minutos, Almodovar ha concebido una palpitante pieza cinematográfica que se adentra en lo operístico: Alberto Iglesias ha compuesto una banda sonora que dialoga a la perfección con la desolación de una quebradiza, pero rotunda Tilda Swinton.
¿Por qué ahora en inglés? ¿Por qué Tilda Swinton con su pelirroja envergadura y esos labios finos hablando a su amante a través de los Ipods? Almodóvar avanza sin pausa hacia una depuración estética más intensa, más limpia, sin miedo a repetir su paleta. Y a la vez va dejando por el camino los excesos emocionales.
Almodóvar ha dicho hoy en Venecia que ésta es la tercera y ultima vez que se versiona La Voz Humana de Cocteau. Y ciertamente, es la adaptación más luminosa, aunque pueda parecer la más crepuscular. La singularidad de Tilda Swinton, su mirada de cuchillo proyecta un brillo de renacimiento al final de la película. La puesta en escena teatral, de un set de rodaje dentro de una gran nave, no le resta ni un ápice de intensidad y emoción. Desde el artefacto creativo, Almodóvar trasmite la alegría de salir de algún lugar oscuro. No hay cinismo, no hay impostura. Solo el gozo de crear emociones a través de la belleza.
En esta 77 edición de Venecia, de donde las vacas sagradas de Hollywood han desertado cobardemente, la presencia de Almodóvar es un chaparrón de optimismo y de brillantez creativa. Con sobriedad.