La conquista que propone Nomadland es existencial. De aquellos míticos pioneros americanos, aquellos ermitaños de los bosques, solo resiste una tribu de nómadas que renuncian a una casa, pero no a un hogar. Su verdadero hogar es el camino. Su horizonte: la serena aceptación de la vida y la muerte entre montañas. Después de ver Rider (2017, Frances McDormand eligió a la directora Chloé Zhao para adaptar el libro periodístico de Jessica Bruder, una serie de retratos de hombres y mujeres errantes que habitan en los márgenes de las carreteras americanas. En tiempos de histeria global, Nomadland resulta un frenazo milagroso, visual y emocional, que pone al ser humano en su insignificante lugar. Sin acritud, ni pretenciosidad. Efímera belleza y humildad.
A sus 62 años, Mc Dormand coge más que nunca las riendas de su carrera y consuma la auto-invitación que hizo a la industria de Hollywood en la noche de los Oscar de 2018 cuando ganó su segunda estatuilla por Tres Anuncios a las Afueras (2017). Primero pidió a las mujeres candidatas que se pusieran en pie y a continuación, pidió a los productores que dejaran las buenas palabras de las fiestas y se comprometieran a hablar de negocios con ellas en sus despachos. Desde su posición de productora y haciendo un alarde de una chulería muy suya, Mc Dormand es la única estrella americana que ha presentado película en la Mostra. Nomadland tiene artillería suficiente para garantizarse un espacio en el palmarés y desde luego, se coloca como una de las películas verdaderamente relevantes en este mundo Covid, donde la banalidad cinematográfica resulta mucho más evidente que antes.
Nomadland apunta a lo esencial también desde la estética. El personaje de Mc Dormand es descarnada y fría como el paisaje de Nebraska: el pelo rapado, sin maquillar, orinando en un cubo y dejando a un perro abandonado en la puerta de una oficina. Su protagonista es una viuda que abandona su pueblo minero porque ya no queda nadie.
Zhao propone un viaje narrativo basado en la no acción y asume sus consecuencias en todo momento. La conquista de esta nómada sexagenaria no tiene enemigos exteriores. De la América vacía emprende viaje a la carretera misma con alguna trampa inicial: parece que los nómadas americanos – personajes reales – son el escaparate de los pobres blancos que viven de las migajas de las campañas navideñas de las factorías de Amazon. Evidentemente, hay pobreza entre estos americanos blancos, pero fundamentalmente su viaje es de aceptación y renuncia a lo material. Ni una mención a Trump. Estos americanos viven al margen de Washington, como los primeros colonos y su desconexión con la política es total.
Nomadland arranca aquí una extraña carrera hacia los Oscar. Su osadía no tiene épica. Es una apuesta tan simple y contundente que deja a sus compañeros de Hollywood (y no tan Hollywood) en una situación de vergonzante cobardía.