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julio 12, 2021
The French Dispatch: la paradoja de Wes Anderson
12
julio
2021

Wes Anderson se ha perdido dentro de su casita de muñecas. The French Dispatch es su película más barroca, tan rabiosamente atestada de volutas y personajes se le ha quedado vacía. En Moonrise Kingdong hizo una oda a la infancia, El gran hotel Budapest fue una carta de amor a la Europa ilustrada de Stefan Sweig y The French Dispatch, que pretendiía ser un homenaje a los grandes periodistas americanos del siglo XX, locos expatriados que representa muy bien el espíritu del semanario New Yorker, ha resultado ser un merengue sin alma.

Paradójicamente, el homenaje al periodismo heterodoxo y denso, que mira la realidad con lupa, se ha quedado en la espuma. No hay profundidad, ni análisis en esta recargada película atiborrada de historias que se suceden tan vertiginosamente que te dejan en la butaca mareada. Pobre Wes Anderson. Su película fue la primera víctima de la pandemia, estaba programada para Cannes 2020 y ha esperado un año entero para ver la luz en un certamen que ya no está para florituras. La acogida entre la crítica ha sido fría, y para colmo, el director americano no ha dado la sacrosanta rueda de prensa de Cannes y ha dado plantón a los pocos (y selectos periodistas) con los que tenía concertada entrevista. Pero dejemos las pataletas y espantadas, volvamos a la película.

La redacción de The French Dispatch está suspendida en una ciudad francesa provinciana en los años 70. Su director es  el maravilloso y siempre cascarrabias Bill Murray, que tiene colgado en su despachado el lema: “No llorar”. Este semanario imaginario publica historias que se sirven en burbujas narrativas e independientes de personajes heterodoxos que interpretan grandes estrellas como Adrian Brody, Benecio del Toro, Owen Wilson, Frances Mac Dormand, Chalamet, Almaric… Todos ellos hacen personajes que tienen enfoques disconformes al pensamiento único. Todos tienen encanto y personalidad, pero no trascienden.