¿Raperas en Casablanca? Qué peligro, Haut et Fort suena a pastelón bienintencionado. A tres películas del final del festival de Cannes 2021, el personal arquea las cejas con resignación ante lo que podría ser otra película de denuncia sin más. Sin embargo, Nabil Ayouch, el director de Los caballos de Dios (2012), la película sobre los responsables de la matanza de la casa de España en Casablanca en 2003, enfoca ahora sin medias tintas la opresión de los jóvenes marroquíes a los que, no solo se les ofrece miseria económica, sino también represión cultural. En el caso de las mujeres, doble ración de miseria, obediencia y violencia de género.
El argumento tiene tintes de Fama (1980) de Alan Parker y La Clase (2008) de Laurent Cantet, pero con el aliciente de que ha sido rodada en Casablanca, donde desde 2014 un centro cultural lucha por abrir a la juventud más desfavorecida aulas de arte donde desarrolar su identidad, aplastada por la apisonadora Hollywood y el control gubernamental y social. Un rapero en horas bajas llega a la escuela de artes con la intención de sacudir y empoderar a los adolescentes para que encuentren su voz y su rabia a través del rap.
Haut et Fort es un musical con aroma de documental, que huye del dramatismo de las vidas privadas de los alumnos y se centra en las dinamicas de grupo en la sala de ensayo. No es una película apasionante, no tiene una gran fuerza narrativa pero sí política. Con una sobriedad áspera, Ayouch va sacando a la palestra las dificultades de las mujeres para participar y expresar artisticamente, sus propios compañeros articulan los argumentos del machismo clásico, en este caso marroquí, para que vuelvan a la sumisión del la familia. Y también los chicos, como el propio profesor de rap, hablan de la rabia por haber nacido en un país que impone una doble condena de pobreza e ignorancia.
Sí, es una película muy didáctica. Se dirige a los jóvenes marroquíes que, al igual que con Los caballos de Dios, son manipulados por la presión social y reliogiosa. Haut et Fort habla alto y claro de la capacidad revolucionaria y transformadora de géneros considerados menores como el rap. Su apuesta es agitadora, pero no promete salvación. Lo más interesante es cómo abre la puerta a las mujeres que se atreven a expresarse con la música y el baile, evita la confrontación que las convierta instantáneamente en víctimas. En su lugar, apuesta unas coreografías que expresan todo el dramatismo de una batalla muy lejos de poder ser ganada. Ayouch es un cineasta incómodo para Marruecos, pero precisamente ese aguijón le puede abrir las puertas al palmarés de Cannes.