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septiembre 2, 2021
Penélope Cruz, coronada como la matriarca de Almodóvar en Madres Paralelas
2
septiembre
2021

Contenida, tierna y dolorosa. Pero sobre todo verdadera y exenta de toda impostura. Penélope Cruz se corona definitivamente con el personaje más profundo de su carrera y alcanza en Madres Paralelas una madurez interpretativa milagrosa. Una labor extremadamente difícil, teniendo en cuenta el intrincado guion de Almodóvar, donde los sentimientos y motivaciones de todos los personajes están trazados y explicados hasta el mínimo detalle por el director.

Podría parecer que al público le queda poco espacio para completar la película, pero no es así. Almodóvar encabalga dos historias: presente y futuro de una mujer y un país, que es España. Una historia personal y otra política que, como siempre, van unidas. Una vez más se hace realidad el viejo mantra de Almodóvar: «La ficción completa la realidad y la hace más compleja», suele decir. A través de la gran matriarca en la que se ha convertido Penélope Cruz, la vergonzosa historia de los desaparecidos de la Guerra Civil se yergue pidiendo dignidad para sus muertos, y a la vez, nos habla de una nueva generación de mujeres que afronta la maternidad con fisuras, pero sin el lastre del mito de la Mater Dolorosa. Todo ello se materializa en las manos, los besos, los achuchones y lágrimas de Penélope en su interpretación más carnal y sentida. Una maravilla que recibirá o no premios (banales), porque la gloria de haberlo plasmado en la pantalla ya es una conquista incontestable.

En Madres Paralelas, Almodóvar propone un frenético argumento de puertas que se abren y se cierran, con hombres que inseminan y desaparecen -los del presente y los del pasado-. Las mujeres van a su trán-tran, siguen como siempre, organizando la realidad doméstica y familiar, y nos plantean desde su cotidianidad dilemas morales de enorme trascendencia en lo personal y lo político: ¿Acaso sabes cómo pasaron la guerra tus abuelos y bisabuelos? ¿No deberías saber en qué país vives?

Almodóvar aborda por primera vez y de manera frontal el espinoso tema de la Guerra Civil, contradice la canción de Sabina, Quiero ser una chica Almodóvar, en la que le recriminaba que su cine pasa de «malos rollos entre croatas y serbios». Una acusación injusta ya que Almodóvar nos ha dado a las mujeres españolas de todas las generaciones, más entidad política que una docena de cantautores juntos, y lo más importante, su cine ha normalizado la diversidad sexual y la familia no biológica.

Madres paralelas construye un argumento sobre la relación de dos mujeres – Penélope Cruz y la jovencísima Milena Smit- que se conocen en el pasillo de la sala de parto de un hospital. Es un hipermelodrama clásico del cine almodovariano, que se eleva ligero – a pesar de sus giros algo forzados- gracias a la brutal interpretación de Penélope Cruz y la certera dirección de Almodóvar que conduce a las dos actrices a través de un vía crucis emocional que va despegando imparable.  

Además, en Madres Paralelas asoma el fulgurante artista y el concienzudo artesano que es Almodóvar. Lo suyo es pico y pala sin atajos, un arqueólogo emocional que en ningún momento pierde de vista su rotunda apuesta visual, depurada, hiperrealista con la límpida fotografía de José Luis Alcaine que fija la cámara sobre el rostro de Penélope Cruz, siempre a la caza de la emoción absoluta. El tándem Almodóvar-Cruz, que empezó en Carne Trémula (1997) alcanza aquí una mística comunión, para representar en una maternidad compleja (quizá demasiado pija y adinerada), pero que respira autenticidad y atropellada emoción.

Madres Paralelas ha inaugurado la 78 edición de Venecia y se estrena en España el 8 de octubre.