El embrujo y la fascinación de Diana Spencer es tan fuerte como el magnetismo que el gran Hollywood produce a los grandes directores. Pablo Larraín salió ileso en Jackie (2016), pero ahora con Spencer, un hiperbiopic de micróscopico enfoque, se ha quedado pegado a la tela de araña y ha malgastado su talento en un personaje banal, exprimido hasta el límite por seguidores y detractores, que no aporta ya nada más que saciar la infinita sed de cotilleo. De hecho, gran parte del metraje es pura carnaza: vomitonas, trajes de noche y conversaciones íntimas con el servicio van a hacer salivar a millones.
Larraín presenta Spencer como una fábula de una trágica historia real. El enorme director de Tony Manero (2008), Postmortem (2010, No (2012), El Club (2015), Neruda (2016) y Ema (2019) se ha dejado enredar por los cantos de sirena y con Spencer logra una filigrana visual sobre una mujer que, afortunadamente ya no tiene interés ni predicamento alguno. Diana es una reliquia del siglo XX, un espejismo de empoderamiento que envejece mal porque sencillamente el mundo ya ha prescindido de las princesas. Spencer es una obra de orfebreria menor, en la que se disfruta contemplando la geometría mental y física de la familia real británica, cuyo mayor logro es seguir sometiendo a millones de personas que disfrutan considerándose inferiores a este clan de millonarios estirados.
Los círculos cerrados de poder y privilegio son fascinantes, se nota que perturban las mentes más preclaras. Spencer es tan cursi y relamida, que una llega a pensar que se trata de una película Disney de la sección autoayuda para bulímicas. La pobre Kirsten Stewart es la que se lleva la peor parte, ya que después de haber hecho un magnífico trabajo de interpretación, su carrera no va a remontar después de esta lacrimógena incursión en otra mujer desgraciada que se añade a su enorme lista de personajes llorones desde la Bella de Crepúsculo (2008) a Seberg (2019). Debería haber seguido la senda que inició con Assayas con Viaje a Sils Maria (2014) y Personal Shopper (2016) y alejarse completante de la tristeza romántica.