El venezolano Lorenzo Vigas fue el primer director latinoamericano que ganó el León de Oro. Fue en 2015 con la perturbadora Desde Allá. Ahora, seis años después presenta La Caja, tercera parte de su trilogía dedicada a los hombres latinos: «Latinoamérica como continente está marcada por la ausencia de los padres. No es casualidad que esa ausencia haya sido completada por la presencia de grandes líderes tiránicos como Hugo Chavez«, ha repetido Vigas por activa y por pasiva en la rueda de prensa. «A veces la ausencia marca más que la presencia», concluía, reflexionando sobre una masculinidad monstruosa que ha quedado hipertrofiada por ese vacío. Un comentario inquietante, ya que ni su película ni sus declaraciones hacen referencia a las mujeres como sujetos autónomos.
La película está muy por encima de sus explicaciones. La Caja es un fabuloso artefacto cinematográfico, la odisea desabrida y cortante de un adolescente que viaja hasta una fosa común de Chihuhua, estado norteño donde abundan los carteles de la droga y las maquiladoras, buscando los restos de su padre desaparecido. Ese chaval huérfano encuentra la protección de un capataz de una máquila, una de las cientos de gigantes fábricas dónde la esclavitud está a la orden del día, donde nadie levanta la voz por miedo a perder el trabajo o la vida. En ese escenario se desarrolla una suerte de relación paterno filial que ejemplifica el modelo de padres ausentes, hombres y jefes endurecidos por la violencia del entorno, donde los chicos aprenden ganarse la vida acatando ordenes sin rechistar: ya sea como esclavo o sicario.
Con apenas dos actores, el veterano Hernán Mendoza y el debutante Hatzin Navarrete, rodeados por la sobrecogedora inmensidad del paisaje y la desolación de las máquilas, Vigas construye un calidoscopio que combina lo agreste con lo íntimo, la crueldad con la ternura masculina. La fotografía, gélida y seca, va completando las piezas de un rompecabezas personal y político que acaba siendo el retrato más crudo de la corrupción mexicana donde todas piezas están bien engrasadas para que el sistema siga funcionando. Feminicidios, desaparecidos, esclavitud, violencia e impunidad.
Lorenzo Vigas es un llanero solitario del gran cine latinoamericano. Su frugalidad, tanto en lo visual como en el guion, convierte a La Caja en un thriller emocional de altos vuelos y en un poderoso tratado político y sociológico. Su respetuoso uso de la elipsis te eleva como espectadora, te clava a la pantalla dolorosamente. Lo que más inquieta de La Caja es la profundidad del arraigo de esta monstruosa masculinidad institucionalizada.