Bones and all es una road movie por el Medio Oeste americano que emprende una joven pareja, que sucede que son caníbales, por la misma razón por la que Drácula era vampiro. Porque sí. Thimothée Chalamet acompaña a la protagonista, Taylor Russell, en su huida desesperada por ser aceptados y por encajar, a pesar de su pasión por morder carne humana. La pregunta es: ¿qué hace Luca Guadagnino en esta película? ¿Dónde está el director de Io Sono L´Amore (2009) y Call Me By Your Name (2017)?
La respuesta es compleja. El gran realizador italiano dice que ha esperado muchos años para tener la madurez de afrontar este viejo sueño de retratar la grandeza del paisaje y el alma americana en los años 80. Guadagnino salta de repente al cine social de los márgenes. Supuestamente habla de excluidos y pobres, de seres que generan miedo y a los que es mejor tener a distancia. La metáfora está bien sobre el papel, pero no funciona en la película. Resulta fría, artificial y alambicada.
Bones and All es un bello trabajo, sin el habitual miniaturismo de Guadagnino, que se pierde en un tono que oscila entre el terror psicológico y la cursilería más ridícula, que en el tedio del romance recuerda Crepúsculo (2008). ¿Cómo hemos podido llegar a este disparate? Quizá se pueda achacar el batacazo a que el producción es americana, y el director ha perdido pie y contexto al estar en corral ajena.
El director de Suspiria desaprovecha la maravillosa historia secundaria que interpreta Mark Rylan en el papel de un viejo caníbal, que vaga como alma en pena por el mundo, coleccionando cabelleras de sus víctimas. El personaje de Rylan es el gran outsider del relato, el eterno extraño que causa pavor por pobre.