Olivia Wilde es un caballo de Troya en Hollywood. Ha puesto patas arriba las redes sociales con su romance con Harry Stiles y la bronca son Shia LaBeouf, y los incautos han pensando que era solo un acierto de marketing. Sí, toda esa viralidad ha sido agua de mayo para su segunda película Don´t Worry Darling, que ha sido recibida en Venecia por una legión de fans jóvenes. Pero, la crítica más veterana y sesuda ha acabado viéndola por pura curiosidad, con cejas levantadas y miradas extrañadas.
Pese a ser una película nada festivalera, la deslumbrante Florence Pugh ha conseguido que nadie se levante de la butaca, tal es su magnetismo y brutal talento. Y después de escuchar a la directora de Súper Empollonas en la rueda de prensa, ha quedado claro que Wilde baila muy bien en las dos pistas: la política y la comercial.
Don´t Worry Darling es una suerte de Matrix feminista, una distopía de colorines ambientada en la América de Doris Day llena de amas de casa maquilladas y ceñidas, aparentemente felices. No es redonda. El guion de Katie Silberman es tan ambicioso como irregular, pero lleno de encanto, sorpresas e ideas brillantes que ofrecen una jugosa conversación posterior para las nuevas generaciones que se con tanta lucidez miran los viejos arquetipos de los géneros.
Wilde viene a decir que la sociedad actual empobrecida o rica sigue esperando de las mujeres, sumisión y obediencia. Habla de lo doméstico y los estructural. Don´t Worry Darling nace en la época de Trump, bajo su lema de Make America Great Again, una grandeza que esperaba la jibarización de las mujeres y el borrado de los pobres. Cuidado con este mantra que late muy fuerte hoy en día. Con la excusa de la participación del cantante y actor británico Harry Stiles, casi invisible al lado de la monumental Pugh, Don´t Worry Darling atraerá a los cines hordas de chicas, que saldrán del cine con un mensaje inequívocamente feminista.