Las pantallas del Lido siguen proyectando historias de patriarcas podridos. Nada nuevo bajo el sol. Tanto ZeroZeroZero, la serie basada en el libro de Roberto Saviano y creada por Stefano Sollima, como A Herdade (La Heredad) de Tiago Guedes reflexionan sobre este arquetipo masculino que ahora mismo ha quitado la careta y presume de fuerza bruta desde lo alto de la Casa Blanca. La película y la serie indagan en la actitud soberana de un terrateniente portugués, supuestamente progresista, en la Revolución de los Claveles o el poder criminal de un mafioso calabrés. Hacia estos padres tiranos hay una mirada de sumisa fascinación: pierden temporalmente el respeto de sus hijos y vasallos, pero su poder de su cetro sigue intacto y listo para pasar de mano.
En cambio, inasequible al desaliento proletario y a la autocrítica de su generación, el francés Robert Guédiguian hace el planteamiento más interesante en Gloria Mundi. Se dirige a la responsabilidad de los padres de los millennials por el fracaso en la transmisión de valores. ¿Cómo es posible que los progresistas del Mayo del 68 hayan criado a semejantes monstruos materialistas? Su eterna pareja protagonista, Ariane Ascaride y Jean Pierre Darrousin, interpreta a un matrimonio de obreros – ella, limpiadora noctura y él, autobusero- que se ven superados por la mezquindad de sus hijas. La pregunta es clave en este momento de precariedad monumental, en el que la solidaridad queda para los titulares. Magnífica pregunta y poco más.
Guédiguian se hunde con su guion y la composición de unos jóvenes de cartón piedra, que hacen inexplicables disparates sin ninguna evolución. Si el director no entiende a los millennials, quizá debería pedirles ayuda a ellos mismos para que le ayuden a hacer un relato más complejo.
El productor portugués Paolo Branco ha presentado un interesante proyecto que lleva a acariciando desde una década. A Herdade toma El gatopardo como referencia en su análisis de un atractivo terrateniente portugués – el actor Albano Jerónimo hasta se parece a Alain Delon– que mantiene su latifundio al margen de la dictadura de Salazar y bordea La Revolución de Claveles con guiños de patrón compasivo y honrado.
Un arranque vibrante, que lleva al personaje hacia la Transición portuguesa, mantiene la película en alto. Este heredero empieza siendo un hombre alejado del cliché de tirano, es un patrón amable, señor de la tierras que ejerce un delicado derecho de pernada sobre sus criadas. Lo que presagiaba una mirada nueva sobre la mutación del rico demócrata con una fascinante complicidad con las élites de Salazar naufraga a mitad de película. Una vez más, el culebrón familiar se adueña de la historia y se aparta de la política. Deja al margen el conflicto con los obreros y el poder de Lisboa. Notable bajonazo para una película que despega con tanta fuerza.