El cine es mirada. La mirada no es dogma. El trío de cineastas vascos – Jon Garaño, José Mari Goenaga y Aitor Arregi– abrieron la puerta a una nueva narrativa masculina que brilla por su ausencia de testosterona con joyas como 80 Egunean, Loreak y Handia. Ahora dan un paso más en su ausencia de dogmatismo, y reflexionan sobre el miedo y proponen una profunda conversación con el pasado con La Trinchera Infinita. Es la historia de un topo andaluz, un republicano que estuvo encerrado en un zulo de su propia casa durante 30 años de franquismo.
Antonio de la Torre y Belén Cuesta interpretan con dolorosa maestría a la pareja protagonista, un matrimonio que resiste al terror exterior y a sus propios fantasmas, más allá de lo imaginable en nuestros parámetros actuales. Con un arranque avasallador y un desarrollo angustioso, La Trinchera Infinita escarba en las entrañas de nuestra historia reciente, en nuestro miedo presente y aventura terrores venideros sin necesidad de naves espaciales. La pesadilla política se clava en lo cotidiano. Sin grandilocuencias. Gracias por tratarnos como espectadores adultos.
La Trinchera Infinita es una coproducción vasca y andaluza. Eso también es una generosa aventura para los directores, que ruedan fuera de Euskadi por primera vez, y se enfrentan a la Andalucía rural de los años 30, un lugar ignoto y sin épica conocida, una suerte de Macondo según Belén Cuesta. En ese pueblo perdido se desarrolla una historia con jugosas metáforas: el encierro, la cerrazón, las obsesiones del odio y la comodidad de instalarse en una composición vital a medida. La historia está contada desde la mirada del hombre encerrado en su trinchera, su vivencia y su tiempo. Una vez más, los directores vascos han dado a la protagonista femenina una profundidad oceánica, alejada de clichés y que abre expectativas nada trilladas.
Sin embargo, la propia coherencia de la historia, mantenerse fiel al relato del protagonista, llega a agotar por sus 147 minutos de metraje. Pero, como ha dicho Costa Gravas este fin de semana en San Sebastián: «No necesitamos héroes, solo necesitamos personas coherentes». Aquí tenemos un ejemplo hecho película.