El propio Noah Baumbach, director y guionista de Marriage Story, dijo textualmente en su presentación en el pasado festival de Venecia, que dos de sus referentes fundamentales para la narración de este divorcio son Persona (1966) de Inmarg Bergman y ET (1982) de Spielberg. Es una definición perfecta, que resume la cercanía despiadada de la cámara sobre los dos protagonistas – inmensos Scarlett Johansson y Adam Driver– y el tono almibarado que atraviesa la historia, con niño (trasunto de Elliot) incluido. Baumbach consigue momentos de milagrosa pureza emocional y cinematográfica, pero en otros se hunde en la cursilería más empalagosa. Ha pagado el amargo precio de quererlo todo.
Muchos dicen que Baumbach es el Woody Allen de su generación y su entorno urbano. Sin duda, Marriage Story es su obra más brillante, pero todavía mantiene una timorata distancia de seguridad con el desgarro. En las escenas más duras de este divorcio, Johansson y Driver están muy por encima de un guion demasiado prudente y que quiere mantenerse lejos de la amargura, que no deja de ser el verdadero anticristo de la cultura americana. Baumbach se acerca en ocasiones al borde de ese gran cataclismo que es la separación con hijos, pero el terror a rendirse y a ser un perdedor, incluso en lo emocional, le aleja de lo verdaderamente humano. Su americanidad le hace quedarse mucho más cerca de Spielberg que de Bergman. Que cada espectador elija el continente emocional en el que se sienta mejor.
Marriage Story es una película que se disfruta, con un guion donde centellea el gran humor judío heredado de Allen, Wilder y Lubitsch. Los personajes de los abogados que rodean a la lacrimosa pareja son deliciosos, pero no del todo originales. Ray Liotta interpreta a un letrado brutal y pesetero en tono Scorsese extremo; Alan Alda es el viejo abogado realista con toques de M.A.S.H.; y por último, Laura Dern está maravillosa en su papel de picapleitos feminista e implacable, que se inspira en su personaje de Big Little Lies, aunque no por ello sea menos acertado. Baumbach les ha escrito escenas memorables que, desde luego, les pueden reportar un lugar en la temporada de premios, aunque no dejan de ser un recurso fríamente calculado para diluir la tristeza.
De este brillante artefacto cinematográfico, con el mecanismo a la vista, desde luego hay que encumbrar a Johansson y Driver. En el caso de Johannson, resulta incomprensible que Hollywood no haya reconocido todavía su talento, ni siquiera con una mísera candidatura al Oscar. Aquí también aflora el puritanismo americano, que prefiere actrices menos pecaminosas y enigmáticas, como Jennifer Lawrence.