Lo más perturbador de Nuevo Orden no es su gélida e hipnótica violencia. Lo más punzante es la certeza de que este retrato de la desigualdad mexicana es un espejo literal de un sistema de exclusión que jamás va a cambiar. Michel Franco -cineasta de filigranas íntimas como Daniel & Ana, Después de Lucía, Las Hijas de Abril y Chronic- ha dado, por fin, el paso que se le viene reprochando a otros grandes cineastas de su país: que utilicen su éxito y prestigio internacional para reflexionar claramente sobre la pobreza extrema, el clasismo, el machismo, el racismo, la brutalidad y la corrupción que padecen 60 millones de ciudadanos y ciudadanas mexicanas.
Nuevo Orden es un viaje circular por los resortes de la impunidad y la opresión, un relato sin concesiones a las ideologías salvadoras. No es una distopía: es el infierno cotidiano para los que nacen pobres en cualquier lugar del mundo. Un garrotazo monumental que marea por su demoledora franqueza, por su frenética y seca puesta en escena.
Michel Franco ha metido el dedo en la llaga mexicana de la pobreza hasta llegar a una profundidad casi insoportable. Además, para mayor escarnio de las élites mundiales, utiliza un lenguaje cinematográfico que va a hacer salivar a las grandes cadenas comerciales. Si el año pasado Joker dio un revolcón ideológico a los dóciles consumidores de cómics americanos, en esta 77 edición del Festival de Venecia, Michel Franco sube el nivel de sofisticación artística y contundencia política. Su acusación trasciende América Latina y apunta a las estructuras de poder tradicionales que se trenzan en lo económico, lo militar y lo masculino. Nuevo Orden desenmascara a la oligarquía cambiante, basada en la fuerza bruta que se impone desde el principio de los tiempos.
El giro en el cine de Michel Franco también incluye al público al que se dirige. Dario Yazbek Bernal, con quien trabajó en Daniel y & Ana (2009) y Diego Boneta son dos estrellas juveniles mundialmente conocidas de series de Netflix como La Casa de las Flores y Luis Miguel. Su imagen de éxito social y privilegio encajan perfectamente con los personajes que interpretan en esta historia que arranca con una boda de alta alcurnia atacada a sangre y fuego por la plebe indígena. Unos manifestantes surgidos de la nada que secuestran, violan, torturan y asesinan a los ricos intocables. La rueda de la venganza gira hasta lugares impensables.
Franco combina largos, pero frenéticos planos secuencia, para arrinconar emocionalmente al espectador. El montaje también apuesta por la elipsis y produce verdad descarnada. La sensación final es apabullante: quieren reflexión, pues ahí la tienen. Que cada uno la metabolice como mejor pueda.