Una de las actitudes que más cunde en los festivales es la adoración a las estrellas. A los actores, actrices y cineastas se les trata como si fueran reyes medievales, las preguntas en los encuentros con la prensa se hacen -casi- con reverencia incluida. Esta mañana en la rueda de prensa de Flag Day, la última película de Sean Penn como director, el pasteleo hacia él era de tal calibre que una llega a pensar que en realidad este hombre vive engañado y que nadie a su alrededor le dice la verdad. Lo peor de todo es que haya productores que piensen que esta película pueden interesar a alguien más allá de la familia Penn y de la escritora y guionista, Jennifer Vogel.
El colmo es que compita en la sección oficial y aspire a la Palma de Oro, es un disparate de la organización que no se ha atrevido a pararle los pies a Penn, que ya salió escaldado con un aluvión de abucheos y críticas demoledoras en la presentación ante la prensa de Diré Tu Nombre (2016), protagonizado por Javier Bardem y Charlize Theron. De hecho, aquel diluvio de críticas en twitter hizo que Cannes cambiase sus reglas y desde entonces, las críticas estén embargadas hasta el final de la proyección de gala para evitar un mal trago a los cineastas.
Pero volvamos a Flag Day, una historia real basada en la novela autobiográfica de la periodista Jennifer Vogel, que cuenta una infancia y juventud marginales por culpa de un padre alcohólico enganchado al autoengaño y obsesionado por un éxito empresarial que jamás se materializó. En suma, otro relato de superación a la americana, salpicado de recuerdos infantiles repletos de dificultades y maltrato que protagonizan el propio Sean Penn en la piel del padre borracho e iluminado, y su hija Dylan que se lanza a un vía crucis de ascensión social y además, acompaña a su padre en un trillado camino de rendención.
Sean Penn hace un inmenso recital de una interpretación extrema pero contenida, mientras que su hija Dylan se pierde como un alma en pena, sin dirección y sin rumbo por una película que se se hunde sin remedio en el melodrama olvidable, que ni siquiera indaga en la ciénaga de la desigualdad de la sociedad americana. Y a pesar de que Sean Penn es un activista contra la desigualdad social de su país, una vez más cae en la retórica de la exclusiva responsabilidad individual, sin llegar a hacer, por lo menos, un relato de dimensión política más complejo.