Tarantino, fiel a sí mismo, hace un homenaje al cine de los 60, pero a lo bestia. Érase una vez en Hollywood es un viaje a Los Angeles en el que le hubiera gustado trabajar y vivir. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt interpretan a un actor de western de segunda y su especialista, una pareja con aroma romántico fracaso, que deambula en el terrible verano de 1969, cuando fue asesinada Sharon Tate y sus amigos, en ausencia de Polanski. Sangre, celuloide, nostalgia y risas. Premio, quizá no.
Es una comedia salvaje y divertida, disfrute puro, en la que Tarantino demuestra que sigue siendo un cineasta tan vigoroso como hace 25 años, cuando ganó su Palma de Oro por Pulp Fiction. Y lo más importante: sigue interesando a una nueva generación de espectadores. No muchos directores pueden decir lo mismo.
Hoy en Cannes ha sido recibida sin pasión. Hay que reconocer que la parroquia de este festival es dura de pelar, y no se emociona fácilmente. Y posiblemente Tarantino no piense en la cinefilia más estirada, sino en los amantes de los géneros despreciados por la crítica tradicional. De hecho, antes de comenzar la primera proyección a la prensa, se ha leído un comunicado del director americano pidiendo que no destripemos el argumento. Comunicado que ha sido recibido con abucheos. Vamos, que Tarantino sabe que su público más apasionado no está aquí, y se permite el lujo de dejarlo claro.
Hoy Tarantino no ha sorprendido com o lo hizo hace 25 años. Entonces, tras Reservoir Dogs, Pulp Fiction abrió un camino, una estética y una conexión colectiva. Esa corriente eléctrica con el público sigue viva. Erase una vez en Hollywood utiliza sus habituales recursos -música, montaje, humor- y añade la adoración y resistencia del viejo cine y sus valores. Entre ellos, desde luego, está la libertad creativa sin miedo a molestar.