Algunas pensamos que Juego Tronos es una usurpación choni del universo de Shakespeare. Por lo menos, el equipo de The King ha tenido la decencia de reconocer con humildad la autoría del dramaturgo británico. Lo mejor de esta versión millennial -de la amalgama de las obras Enrique IV y V que dirige David Michôd y que ha escrito junto a Joel Edgerton – es su fuente original. Thimothée Chalamet no tiene la envergadura interpretativa para expresar la evolución de un príncipe pusilánime a un Rey implacable. Y Joel Edgerton es un Falstaff demasiado simple, aunque suficientemente didáctico como para adaptarse a los nuevos tiempos y decir frases tan twitter como: «Un Rey no tiene amigos, solo seguidores y enemigos». A pesar del batacazo, si The King sirve para alguien sienta curiosidad por el auténtico Shakespeare, bendito sea.
The King es un fallido abordaje a Shakespeare del glorioso tándem australiano de Michôd y Edgerton (Animal Kingdom, 2010). Reflexionar sobre la soledad y la responsabilidad del poder según el evangelio shakesperiano se les ha ido de las manos. En primer lugar porque el reparto juvenil está mal dirigido. Chalamet se desgañita cuando grita y está rocoso en silencio; irreconocible con respecto a sus anteriores Call Me By Your Name y Beatiful Boy. Este pinchazo no tiene nada que ver por tanto tiene que ver su juventud, sino con la habilidad de un director para guiar a sus actores por los abismos emocionales de The King. El resto tiene papeles testimoniales: Robert Pattinson hace un mero gag, Dean-Charles Chapman y Lily Rose Depp aportan brillo a la alfombra roja.
El guion también patina. Lo más sorprendente es que guionistas tan bregados en la acción com Edgerton y Michôd hagan un película que avanza a trompicones, y de la que fundamentalmente hay que destacar la brillantez la batalla en el fango. Ante el evidente tropiezo, The King no está en la competición y le deja pista libre a Martin Eden, también una libre adaptación de la novela de Jack London del italiano Pietro Marcello.
Pietro Marcello hace una adaptación libre de Martin Eden, la novela autobiográfica de Jack London y la traslada a la Italia del siglo XX. Marinelli interpreta al marinero proletario – que fue London- que se emancipa a través de la cultura que conoce gracias a una joven de la alta burguesía. Es un Novecento particular que inserta imágenes de archivo del anarquista Errico Malatesta, tapizando así la memoria de la italiana pobreza y la toma de conciencia política de este escritor obrero. Es el gran filón que aporta es director documentalista. Ese juego de escenas históricas de mítines y niños de arrabal se convierte en una original máquina del tiempo, que acerca la vigencia del discurso anarquista que cuestionó el socialismo.
Muy potente en la primera parte, Martin Eden pierde fuelle en el declive del escritor, pero pone sobre el tapete la inquietante ausencia de sentimiento de clase y la corrupción del arte cuando entra en la trituradora de la industria. Es brillante, pero ha perdido la oportunidad de plantear esas mismas preguntas para los nuevos esclavos, los precarios del siglo XXI.