Los argentinos son los herederos indiscutibles del desdentado humor del neorrealismo italiano. Se mueven con absoluta naturalidad entre la risa y el quebranto. Este es el tono de La Odisea de los Giles del director Sebastián Borensztein: una comedia sin pretensiones que transmite la ingenua esperanza de que los perdedores sociales, alguna vez, se cobrarán venganza por los atropellos sufridos. Los Darín – Ricardo y su hijo Chino– producen y protagonizan esta fábula sobre los pardillos (el sinónimo de giles en argentino) que siempre se llevan la peor parte, ya sea en el corralito, en las preferentes españolas o en las diversas crisis mundiales.
El colmillo afilado de Borensztein eleva una trillada historia de atracos de un grupo de currantes, y la convierte en una comedia tierna y amarga donde se reclama el derecho a que «un tiro, por fin, caiga del lado de la justicia«, dice uno de sus personajes. La Odisea de los Giles está basada en la novela super ventas de Eduardo Sacheri, tiene lugar durante el corralito bancario que sufrió Argentina el 3 de diciembre de 2001, y ahora resuena con angustioso parecido en ese país. Ricardo Darín y Luis Brandoni interpretan a dos líderes improbables de un grupo de vecinos que invierten sus ahorros en una cooperativa para reflotar una fábrica cerrada. Esta odisea propone una venganza, pueblerina y chapucera, que camina continuamente al borde de la tragedia, sin caer en la cursilería, y aprovechando con inteligencia cada giro cómico que brinda una buena desgracia.
Ricardo Darín ha pasado, una vez más, por el festival de San Sebastián como un huracán que despierta sonrisas y complicidad. La Odisea de los Giles es carne de remake americano, una feel good movie que tiene todas las probabilidades de perder su esencia realista y auténtica si pasa por la pastelería de Hollywood. Boresztein no ha caído en la tentación de embellecer a los personajes, de hecho, Ricardo Darín aparece fondón y hasta Chino Darín está feo. Es un reparto coral que retrata a gente corriente y moliente, «gente de campo que trabaja al aire libre» decía hoy Boresztein. Una película amable, que nunca pierde su condición de fábula, con arquetipos bien dibujados que se disfruta sin sentirse idiota.