Esta mañana en la cola de café, una periodista veterana se lamentaba por la falta de riesgo de las películas de la sección oficial, y acusaba a los cineastas de ser planos en lo formal y estar agarrotados por tantas causas a las que complacer. ¿La corrección política está ahogando el cine? Precisamente eso, no pasa en Cannes. Sin embargo, la sección oficial a concurso, la sección que aspira a la Palma de Oro, paradójicamente no es el mejor escaparate para las apuestas más rompedoras de este certamen. La necesidad de llenar periódicos y alfombras rojas con estrellas de relumbrón deja a los seleccionadores maniatados entre tanto equilibrio. Lo que sí que es responsabilidad del festival es programar películas que, como pasó con Parásitos en 2019, además de ser contundentes apuestas artísticas, deben capturar el espíritu de este momento existencialmente tan extraño.
Las vacas sagradas – Moretti, Ozon, Wes Anderson, Verhoeven – no han acabado de parir la gran película de Cannes 2021 hasta que ha aparecido Jacques Audriard con Les Olympiades, un director que ha hecho del cambio constante su principal seña de identidad. Solo hay que recordar la última década: Un Profeta (2009), De óxido y hueso (2012), Dheepan (2015) y Los hermanos Sisters (2018).
Con Les Olympiades, Audriard coge el toro de la modernidad por los cuernos. Construye un fresco urbano, una angulosa y cortante reflexión sobre la liquidez sentimental de Bauman que se desarrolla en el Distrito 13 de París, un lugar poco turístico y con alta densidad asiática. Allí en pisos cerrados y entre pantallas encendidas, se cruzan las historias de dos mujeres y un joven que no consiguen posarse, ni siquiera fugazmente, en una relación algo estable. El relato vuela esquivando cuadrículas, y ese vuelo frenético sirve de metáfora y carretera. Decía Oscar Wilde que uno siempre debe ser un poco improbable, y es precisamente la improbabilidad de la historia y su resistencia a cerrarse lo que la mantiene en pie Les Olympiades con una frescura profunda. Volver a amar, a llorar, desmayarse por sentir una presencia es la deliciosa esperanza que propone Audriard, aunque el final descabala un poco la coherencia del relato.
También es un alivio librarse de un reparto hiper-estelar del cine francés, y dejarse convencer por Makita Samba, Lucie Zhang y Noémie Merlant (protagonista de Una mujer en llamas). No hay nada profundamente rompedor en Les Olympiades, sin embargo su fotografía geométrica, y en blanco y negro de Paul Guilhaume que se inspira en la novela gráfica Killing and Dying de Adrian Tomine -dibujante habitual de las portadas de New Yorker- le da a la película una atmósfera cortante. Los comics de Tomine han sido adaptados por Audriard, Céline Sciamma y Léa Mysius. Es una de las claras aspirantes a premio.