El terror a pleno sol es el mejor. Lo suele decir José Luis Alcaine, el director de fotografía de la espeluznante ¿Quién puede matar a un niño? (1976) de Narciso Ibáñez Serrador, la película española que corona el género de terror veraniego español. En ese territorio del pavor que produce el sol cegador y las solitarias horas de la siesta se encuentra la monumental Cerdita.
Después de sus contundentes cortos Las Rubias (2016) y Cerdita (2018), Carlota Pereda ha extendido su pasión por la rotundidad en este largometraje que materializa la ansiedad y el terror absoluto que provoca el rechazo social. Una adolescente obesa de un pueblo extremeño recoge todo el desprecio real y el imaginado. El dolor de los insultos a su cuerpo en biquini y una catarata de violentos acontecimientos hacen de Cerdita una obra magna de cine ruralista y de terror.
No es necesario dar muchos detalles del argumento. La adolescencia es un túnel poblado por fantasmas y temores para cualquiera, mucho más para una niña gorda y de pueblo. Todo en Cerdita es un fastuoso y pelado escenario orquestado con sibilina batuta para que el personaje de Sara, magistralmente interpretado por Laura Galán, avance hacia la ascensión y catarsis final. Cerdita es un acto de sabrosa venganza, una historia que confronta los miedos más íntimos y universales.
Cerdita conecta con los maestros coreanos, con las comedias burras americanas y con el costumbrismo de Berlanga. El casting de grandes intérpretes en papeles secundarios como Carmen Machi y Julián Valcárcel es una gozada, que hace que el tono de comedia oscile desde lo chusco a lo tierno y fiera. Esta película juega con un público flexible que quiera entrar en el mecanismo de las ficciones osadas y juguetonas.